Tipos de cerebro
Objetivo: Aprender y conocer sobre el cerebro del niño, adolescente y adulto.
Cerebro de un niño:
Un bebé nace con cien mil millones de neuronas, casi el mismo número que cuando se es adulto. La diferencia entre un cerebro y el otro es el número de conexiones (sinapsis), y éstas conexiones son las responsables del aprendizaje, de que un niño aprenda a gatear, andar, leer, etc.
Durante los primeros seis meses de vida en el cerebro del feto hay una multiplicación neuronal. Después del nacimiento las neuronas migran a unas zonas y otras determinadas genéticamente para realizar el desarrollo correcto. En estas etapas también se produce la muerte de algunas neuronas puesto que se generan más de las necesarias, es una estrategia que realiza nuestro cerebro para elegir lo que quiere y lo que no, y se llama poda neuronal.
El funcionamiento cerebral se entiende mediante la interacción de tres niveles: el cerebro primitivo (actividad básica, comer, dormir), el cerebro emocional y el cerebro racional, este último necesita que el anterior reciba cariño para presentar una capacidad intelectual plena. En el desarrollo del cerebro de un niño hay una interacción entre la dotación genética y el ambiente.
Aunque el cerebro tenga un gran potencial para el aprendizaje y la primera infancia sea un “campo fértil para la siembra”, existen algunos factores que pueden ejercer significativa influencia en el desarrollo infantil y en todos los aprendizajes que ocurren en esta época. Entre ellos, podemos mencionar:
- Factor nutricional.
- Factor emocional.
- Factores de índole genética.
- Factor ambiental (entorno familiar, socioeconómico y cultural).
- Lesiones cerebrales.
- Experiencias directas.
- Aprendizajes previos.
Cerebro de un adolescente:
Retratos del cerebro en acción muestran que los cerebros de los adolescentes funcionan de manera diferente a los de los adultos cuando toman decisiones y resuelven problemas. Sus acciones son guiadas más por la amígdala y menos por la corteza frontal. Investigaciones también han demostrado que la exposición a drogas y alcohol antes del nacimiento, trauma a la cabeza u otros tipos de lesiones cerebrales pueden interferir con el desarrollo normal del cerebro durante la adolescencia.
En los años de la adolescencia se desarrolla la identidad y la autonomía personal.
Su mayor capacidad y autonomía confieren al niño la sensación de que es adulto, pero los adultos siguen viendo solo al niño y aquí surge el conflicto.
En esta etapa crucial el cerebro sufre cambios muy importantes en su estructura. Cambios que van a estar marcados por el momento biológico de su neurodesarrollo y por las experiencias personales del adolescente.
El proceso de maduración cerebral –neurodesarrollo– empieza en la concepción y continúa hasta la edad adulta. Dura aproximadamente 20 años.
Es un proceso ordenado por el que las distintas áreas van alcanzando la madurez, siempre empieza por las áreas posteriores del cerebro y avanza hacia las anteriores. El desarrollo estructural y funcional del cerebro sigue un patrón universal que, en función de la edad cronológica, permite distinguir etapas: primero el desarrollo anatómico –prenatal–, luego de la autonomía motora –de 0 a 3 años–, seguido del desarrollo del lenguaje y del conocimiento del entorno –3 a 10 años– para culminar con el desarrollo de la identidad personal –adolescencia–.
Durante la adolescencia el crecimiento físico y la maduración corporal son más evidentes y rápidos que en la edad escolar. Los órganos sexuales internos y externos se desarrollan hasta alcanzar la capacidad reproductiva que les es propia.
La conducta, las emociones, las relaciones sociales, la forma de pensar, también van a sufrir un cambio espectacular.
El paso de la infancia a la edad adulta no pasa desapercibido. Podríamos decir que los cambios son igual de llamativos que los que suceden en los tres primeros años de vida, durante los cuales un bebé recién nacido y completamente dependiente, pasa a ser un niño autónomo que camina, habla y no lleva pañal.
En ambas etapas los cambios vienen dados por el rápido crecimiento y cambios corporales, que se corresponden con profundos cambios en la estructura cerebral.
En los 3 primeros años de vida, para poder alcanzar la autonomía física, el cerebro aumenta de volumen engrosando su corteza a expensas de la formación de redes neuronales. Esto incrementa el perímetro craneal que crece a más velocidad que nunca.
En los años posteriores, de los 3 a los 10 años, el volumen cerebral sigue aumentando pero a menor velocidad, al final de la infancia el cerebro ha alcanzado casi su máximo tamaño. Aún crecerá un poco más en la adolescencia, pero ahora los cambios son debidos a otros fenómenos que van a modificar radicalmente su estructura.
Cambios en los circuitos cerebrales
Esto sucede porque es necesario que aparezcan nuevos circuitos y conexiones que permitan sustentar el pensamiento analítico que caracteriza al humano adulto.
Hasta ahora el cerebro creaba circuitos para sustentar sus funciones más necesarias: dotar de sentido a las percepciones, controlar la postura y la manipulación, dominar el lenguaje y la comunicación. A partir de ahora debe crear circuitos que le permitan tomar decisiones basadas en el análisis crítico de cada situación. Se intuye que estos circuitos serán mucho más complejos, ¿no?
En la adolescencia el cerebro sigue perfeccionando sus capacidades cognitivas, la memoria, el lenguaje, el aprendizaje complejo… aquellas habilidades que ya domina y sigue utilizando consolidarán los circuitos que las sustentan. Las dendritas y axones que los conforman formarán sinapsis (uniones de comunicación) más rápidas, más maduras, que para ello se rodearán de mielina, una vaina que acelera la comunicación. Las habilidades que no practique usarán menos los circuitos que las sustentan y se «desharán» las uniones sinápticas en una especie de poda de lo superfluo. (Esto explica dónde fueron mis conocimientos de latín y mis clases de piano…)
A la vez aparecen estos nuevos circuitos de las decisiones, más complejos, que precisan de áreas cerebrales más extensas, y a veces más alejadas, y que deben conectarse entre sí. La sede principal de estos «circuitos decisorios» es la corteza prefrontal, la que está en la parte más anterior del cerebro y por tanto la última en madurar según el programa general establecido.
La corteza prefrontal y el sistema límbico
La corteza prefrontal humana es proporcionalmente mucho mayor que la de cualquier otra especie. En ella tienen lugar las funciones cognitivas más delicadas: la toma de decisiones, la planificación de tareas y tiempos, la inhibición de un comportamiento inadecuado… y es la sede de nuestra autoconciencia.
También es imprescindible para la interacción social, porque nos permite «leer» el comportamiento de los otros, sus acciones y gestos, su mímica facial –con su carga de emociones y pistas sobre su estado mental–. Antes de que el otro hable, nuestro cerebro puede saber lo que está pensando.
Pero el adolescente aún no ha desarrollado del todo estas habilidades prefrontales.
Además, para tomar decisiones no basta con el análisis frío de los datos objetivos que nos llegan a través de los sentidos, en nuestras decisiones intervienen inevitablemente las emociones y aquí es donde interviene el sistema límbico.
El sistema límbico nos permite procesar emociones y recompensas. Cuando nos lo estamos pasando bien, cuando hacemos cosas emocionantes, el sistema límbico nos recompensa con una descarga de dopamina, lo que nos produce una sensación placentera.
En el cerebro adolescente el sistema límbico responde con más fuerza a esa recompensa en comparación con el cerebro del adulto.
Durante la maduración cerebral de la adolescencia se integran los circuitos emocionales y cognitivos y precisamente lo hacen en las áreas frontales.
En las áreas frontales se controla y aún a lo cognitivo y lo afectivo.
Para que se produzca esta «unión» entre lo racional y lo emocional se crean nuevos circuitos, nuevas sinapsis, que al principio serán débiles y fácilmente cambiantes, hasta que la habilidad de tomar decisiones mejore y, a fuerza de repetirse, se consoliden.
Las hormonas sexuales
Pero eso no es todo, entran en acción las que faltaban: las hormonas sexuales.
Aunque las hormonas sexuales están presentes desde las primeras etapas fetales –entonces intervienen en los procesos de «sexualización» del feto– y ya inducen diferencias de tamaño en las diversas áreas cerebrales. Tienen un papel muy relevante en la adolescencia, sus niveles en sangre son muy altos, son las artífices del cambio, intervienen en el desarrollo emocional, mental, psicológico y social del adolescente.
Evidentemente las hormonas sexuales marcan diferencias entre chicas y chicos, para eso sirven. No solo porque las hormonas y sus proporciones son distintas para cada sexo, sino porque aparecen a edades diferentes, antes en las chicas, y con patrones distintos: cíclico en las chicas, continuo en los chicos.
Las hormonas sexuales femeninas condicionan una maduración más precoz de las regiones frontales que procesan el lenguaje, el control del riesgo, la impulsividad y la agresividad.
En los chicos las hormonas sexuales masculinas favorecen la maduración de las regiones del lóbulo inferior parietal, en donde se integran las tareas espaciales.
El hipocampo y la amígdala cerebral también maduran y así se consolida la memoria individual y la afectividad, imprescindibles para la formación de la propia identidad. Ambas estructuras son también diferentes en chicos y chicas, lo que contribuye a las diferencias del desarrollo cognitivo y social durante la adolescencia.
Los cambios sociales
No todo es biología y genética, los seres humanos estamos continuamente expuestos a influencias culturales y educativas, a la relación con los otros y a nuestras propias decisiones.
Nuestra experiencia vital deja una huella persistente en nuestros circuitos neuronales, una huella única e irrepetible que convierte esos circuitos en específicos para cada uno de nosotros.
El cerebro adolescente es más vulnerable a las experiencias externas debido a la inestabilidad que tienen sus circuitos, que están en cambio constante. Debe afrontar cambios muy importantes y a veces se encuentra pendiente de un hilo, o mejor «pendiente de un circuito» que está por consolidar.
Se espera del adolescente la transición desde la dependencia familiar a la independencia social, y ello lo aprende a través de las relaciones interpersonales y de grupo. Pero sus iguales están en las mismas condiciones.
Todo es nuevo y por estrenar, todo son cambios, impulsos, emociones… sin olvidar el interés creciente por la actividad sexual.
La integración entre emociones y decisiones racionales aún no ha terminado de madurar, la búsqueda de la identidad propia tampoco –¿Quién soy yo? ¿Cómo soy? ¿Qué quiero hacer?– y lo que antes parecía seguro se percibe como cambiante.
En general, el cerebro femenino es más sensible a los matices emocionales y busca la aprobación social. Su prioridad es ser aceptada, a través de las relaciones de grupo busca agradar y gustar. Los estrógenos activan la liberación de dopamina (placer) y de oxitocina (apego), las conversaciones íntimas con sus amigas fortifican estas relaciones sociales y la liberación de ambas sustancias en el cerebro.
Por su parte, los chicos en general buscan el trato social sobre todo por el sexo y el deporte. La testosterona favorece la liberación de la serotonina, que tiene un papel importante en la regulación de la agresividad, y estimula la competitividad y la independencia. Los chicos suelen ser también más temerarios porque confían más en su capacidad de éxito que temen el riesgo de determinadas conductas.
El reto educativo de la adolescencia
Como en las demás etapas del neurodesarrollo, el establecimiento y consolidación de los circuitos cerebrales se modela con la experiencia, la educación y la propia conducta. Y es aquí donde volvemos a tener una nueva oportunidad educativa.
La adolescencia es un período de la vida en el que el cerebro tiene una gran plasticidad. Una oportunidad para el aprendizaje y para fomentar la creatividad.
El amor por el riesgo, el mal control de los impulsos, la falta de autoconciencia, la búsqueda de aceptación social, todo eso que caracteriza la adolescencia es un reflejo de los cambios que está sufriendo el cerebro de los jóvenes.
Cerebro de un adulto:
El cerebro de un ser adulto genera células nuevas (neuronas). Estas células se forman en el hipocampo. Este proceso se lleva a cabo con normalidad siempre y cuando el cerebro no haya sufrido alguna lesión o enfermedad que lo afecte.
Frente a la experiencia del sujeto, las neuronas modifican su organización de tal modo que se adaptan a la experiencia vivida y forman así nuevas redes. La Neuroplasticidad hace referencia a la capacidad de cambio o adaptación que posee las neuronas del cerebro.
En líneas generales el cerebro ejerce control sobre el resto de los órganos del cuerpo. También es responsable del funcionamiento de las emociones, lenguaje, pensamiento y memoria. Las funciones específicas del cerebro se pueden dividir según los hemisferios derecho e izquierdo.
Desarrollo del lenguaje
El lenguaje es una de las conductas primarias que separa a los humanos de las especies animales, ya que este es el gran instrumento de hominización. Es una habilidad de gran significación en las oportunidades de éxito del niño en la escuela. Además de ser el vehículo para la adquisición de nuevos conocimientos, es, sobre todo, la expresión en su máximo esplendor del pensamiento. Por esto que las personas tienen la posibilidad de reflejar las relaciones y conexiones de la realidad que van más allá de la percepción, por esta razón, el lenguaje es una de las formas más complejas de los procesos verbales superiores.
El desarrollo del lenguaje implica muchos aspectos:
- El cognitivo, a nivel de la corteza cerebral donde se recibe, procesa y elabora la información y donde se ponen en marcha diversos procesos como la atención y la memoria.
-El social-afectivo porque el lenguaje implica comunicarse con otras personas.
- El auditivo para la percepción auditiva adecuada y la comprensión del lenguaje.
-El motor (órganos fono-articuladores) para la articulación de los sonidos y la adecuada expresión verbal.
Las etapas del desarrollo del lenguaje
Las principales etapas de evolución del lenguaje son las siguientes:
El periodo preverbal o prelingüístico
Al principio de la vida los bebés emiten sonidos cada vez más comunicativos y cercanos al lenguaje. El habla maternal o maternés, caracterizada por un ritmo más lento, repeticiones frecuentes, frases más cortas, simplificación gramatical y una pronunciación clara, puede resultar de ayuda en el desarrollo progresivo de la comprensión lingüística del pequeño.
Las interacciones preverbales entre el bebé y otras personas son calificadas como protoconversaciones porque tienen una estructura similar a la de los diálogos. Este antecedente del lenguaje es complementado por respuestas no verbales como los gestos manuales o las expresiones faciales.
Entre los signos prelingüísticos destacan los “protos”. Los protoimperativos aparecen hacia los nueve meses; el bebé señala un objeto para indicar a otra persona que lo quiere. Hablamos de protodeclarativos, que se desarrollan a los doce meses, cuando un gesto similar tiene el objetivo de llamar la atención del adulto para que se fije en algo.
En el primer año de vida los sonidos de los bebés avanzan desde las primeras vocalizaciones reflejas, como gruñidos y llantos, hasta los arrullos (consonantes, vocales o combinaciones simples como “gu”) y el balbuceo, consistente en la producción de cadenas silábicas; inicialmente estas se repiten, pero más adelante se combinan sílabas distintas.
Las primeras palabras aparecen aproximadamente a los doce meses de vida. En esta época los bebés tienden a omitir y reemplazar fonemas, así como a acercar la pronunciación de dos consonantes sucesivas para facilitarla; esto se conoce como “asimilación”.
El periodo holofrásico
El término “holofrase” se utiliza para hablar de las frases constituidas por una sola palabra, que resultan características de la segunda etapa del desarrollo del lenguaje. Durante el periodo holofrásico las palabras cumplen funciones que más adelante corresponderán a las frases.
El significado de las holofrases depende en gran medida del contexto en que sean pronunciadas y del lenguaje no verbal. Así, si un bebé dice “bibe” probablemente esté pidiendo que le den el biberón, pero si lo señala es posible que quiera decir “Esto es un biberón”, por ejemplo.
La holofrase constituirá el núcleo del desarrollo lingüístico: a pesar de la falta de gramaticalidad de estas construcciones, su aparición indica que el bebé entiende que las verbalizaciones tienen como objetivo básico transmitir un significado determinado a otras personas.
Los bebés suelen alcanzar el periodo holofrásico cuando tienen más o menos un año. Más adelante su vocabulario aumentará de modo rápido e intenso y poco a poco empezarán a combinar diferentes palabras.
Las primeras combinaciones de palabras
El periodo holofrásico termina poco antes de los dos años. A esta edad el vocabulario del bebé se ha complejizado mucho, de modo que ya es capaz de combinar palabras y, por tanto, significados. De este modo aparecen por primera vez de forma explícita sujetos y predicados, si bien aún no está claro que el pequeño distinga entre categorías de palabras.
Entre los dos y los tres años los niños empiezan a combinar tres o más palabras de forma habitual, llegando a emitir frases sorprendentemente ricas. También aprenden a utilizar distintas entonaciones que les permiten usar el modo interrogativo, por ejemplo.
Las primeras combinaciones de palabras son conocidas como “habla telegráfica” porque los pequeños obvian los componentes menos informativos de las frases, como los determinantes y las conjunciones, dando prioridad a los verbos y a los sustantivos; estos últimos constituyen el grueso de las palabras aprendidas durante esta etapa de explosión lingüística.
Desarrollo del lenguaje avanzado
En el periodo comprendido entre los 16 meses y los 4 años, aproximadamente, el vocabulario de los niños aumenta de forma exponencial. Al llegar a esta edad su capacidad lingüística empieza a aproximarse a la de los adultos de forma progresiva, si bien serán necesarios bastantes años hasta que perfeccionen tanto el vocabulario como la gramática.
Existe una disociación entre la comprensión y la producción del lenguaje. En concreto, los niños pequeños son capaces de entender frases complejas que no podrán generar por ellos mismos hasta más de dos meses después.
Hay dos tipos de errores muy frecuentes durante la época de adquisición del lenguaje: las sobreextensiones y las infraextensiones. Los primeros son generalizaciones consistentes en usar una palabra para designar otros objetos, como llamar “perro” a todos los mamíferos; las infraextensiones o subgeneralizaciones son errores opuestos a estos.
A medida que los pequeños crecen tienen lugar distintos hitos que serán fundamentales para el desarrollo del lenguaje adulto. Entre otros, tienen gran importancia la identificación de las formas irregulares, la adquisición de los modos verbales y el progreso del conocimiento metalingüístico y metacognitivo.
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